domingo, 18 de abril de 2010

LA INOCENCIA FLORECE ÚNICAMENTE CUANDO LA EXISTENCIA ES INDIVISA-OSHO

¿Qué es una vida pura? ¿Qué es lo que llamas pureza?

Porque lo que llamas pureza no es la pureza verdadera. Tu pureza es un cálculo, un cálculo moral.
Tu pureza no es la pureza de un santo -su pureza es inocencia-.
Tu pureza es una especie de astucia, un truco.
Esto es lo primero que hay que comprender. Sólo si lo entiendes a fondo podrás saber lo que es un sabio, lo que es un santo, lo que es un hombre de conocimiento. Porque si tomas mal la medida, si la base misma de juicio es falsa, todo el resto será falso.
La pureza verdadera es como un niño: inocente; inocente en cuanto a lo que es bueno y lo que es malo; inocente respecto de toda distinción.
La pureza verdadera no conoce qué es Dios y qué el diablo. Pero tu pureza es una elección, una elección de Dios a costa del diablo, de lo bueno a costa de lo malo. Ya has establecido una distinción, ya has dividido la existencia.
Y una existencia dividida no puede llevar a la inocencia.
La inocencia florece únicamente cuando la existencia es indivisa. La aceptas tal cual. No escoges, no divides, no estableces ninguna distinción. En realidad no sabes lo que es bueno y lo que es malo. Si lo sabes, calcularás, y la pureza será entonces un artificio, no una floración.
Si discutes, si divides la vida, si ésta se convierte en un problema lógico, ya no tienes posibilidad de vencerle nunca.
El juego ya está perdido. Estás perdiendo la batalla.
Un hombre de inocencia no sabe quién es Dios y quién es el diablo. Un hombre de inocencia vive con su inocencia, no con sus cálculos. No es astuto, es sencillo. Vive momento a momento, ni el pasado ni el futuro tienen para él sentido alguno. Le basta el momento presente.
Pero tu moral..., tu moral ha sido creada por el sacerdote que ayudó al diablo; porque discutió, y discutió bien.


Tu moral no es pura. De modo que cuando hay alguien que puede comportarse como piensas que debe hacerlo un hombre puro, que puede manipularse a sí mismo, le honras, le respetas, le llamas santo.

Tus santos son tan de pacotilla como tú, porque tú decides y juzgas quién es santo.
Tu moral no es más que miedo, un miedo oculto, y lo disimulas tan bien que nunca lo descubres.

OSHO