miércoles, 10 de marzo de 2010

INICIACIÓN-OSHO


Iniciación es simplemente una persona que está dormida y pide ayuda para ser Despertada. Se entrega a uno que ha Despertado. Es algo muy simple; no es muy complejo.

Cuando acudes ante un Buda, a un Jesús, o un Mahoma y te entregas, lo que estás entregando son tus sueños, tu estar dormido. No puedes entregar nada más, porque tú no eres nada más. Entregas esto: tu sueño, tu soñar; entregas toda la estupidez de tu pasado.

De modo que por parte del iniciado es una entrega de su pasado, y por parte del que te inicia es una responsabilidad para el futuro. Se convierte en el responsable.

Y sólo él puede ser el responsable; tú nunca puedes ser el responsable.

¿Cómo va a ser responsable uno que está dormido?

La responsabilidad llega con el Despertar.

Esta es en verdad una ley fundamental de la vida: el que está dormido no es ni siquiera responsable de él mismo, y aquél que ha Despertado es responsable incluso de los demás. Si acudes a él y te entregas a él, entonces se vuelve particularmente responsable de ti. Así Krishna le pudo decir a Arjuna, "Déjalo todo. Ven a mí, entrégate a mis pies". Y Jesús pudo decir, "Yo soy la Verdad, yo soy la Puerta. Ven a mí, pasa a través de mí. Seré tu testigo en el último día de tu juicio. Responderé por ti".

Esto es una analogía. Cada día es el Día del Juicio, y cada momento es el Momento del Juicio. No habrá un último día. Esas eran palabras para que fueran entendidas por la gente a la que Jesús hablaba. Les estaba diciendo, "Seré responsable por vosotros y responderé por vosotros cuando el Divino os pregunte. Estaré allí como testigo. Entregaos a mí; seré vuestro testimonio".

Esta es una gran responsabilidad. Nadie que esté dormido puede asumirla porque incluso hacerte responsable de ti mismo es algo difícil si duermes. Puedes ser el responsable de los demás solamente si no necesitas ser responsable de ti mismo, si te has descargado completamente, si has dejado de existir.

De modo que solamente "uno que ya no existe" es capaz de iniciarte; si no, nadie puede iniciarte. Nadie puede iniciar a nadie, y si esto sucede—y sucede muchas veces, sucede a diario; aquellos que están dormidos inician a otros que también están dormidos: ciegos conduciendo a otros ciegos— ambos caen en la fosa.

Nadie que esté dormido puede dar la iniciación a otro, pero el ego desea darla. Esta actitud egoísta ha resultado ser fatal y peligrosa. Toda la iniciación, todo su misterio, toda su belleza, se ha convertido en algo repugnante por culpa de aquellos que no tenían la capacidad para dar la iniciación. Solamente uno que no tenga ego, que no duerma, puede dar la iniciación.

Si no, dar la iniciación es el mayor pecado.

En los viejos tiempos, tomar la iniciación no era nada fácil.

Uno tenía que esperar años para ser iniciado; incluso puede que tuviera que esperar toda su vida.

Esa espera era una prueba, una disciplina.

Por ejemplo, los sufíes solamente te iniciaban cuando había esperado durante un determinado tiempo. Tenías que esperar, sin preguntar, hasta el momento en que el Maestro en persona te decía que había llegado la hora.

El Maestro podía ser un zapatero. Si querías ser inicidado, tenías que ayudarle durante años a hacer zapatos.

Y no podías ni poner en duda la importancia de hacer zapatos. Así, podías esperar durante cinco años, ayudando al Maestro a hacer zapatos. Nunca hablaba de rezar o de meditar, nunca hablaba de otra cosa que de hacer zapatos. Esperabas durante cinco años... pero esto era una meditación.

Mediante ella eras limpiado.

Esta simple espera, esta fiel espera, preparaba el terreno para la entrega total. Solamente tras una larga espera podía tener lugar la iniciación, pero entonces la entrega era fácil y el Maestro podía asumir la responsabilidad por el discípulo.

Hoy en día, todo es diferente. Nadie está dispuesto a esperar. Nos hemos vuelto tan conscientes del tiempo que no podemos esperar ni un solo instante. Y debido a esta consciencia del tiempo, la iniciación se ha vuelto imposible. No puedes ser iniciado. Pasas corriendo junto a Buda y le preguntas, "¿Me inicias?" Estás corriendo; te encuentras con Buda en la calle mientras corres. Incluso mientras pronuncias estas dos palabras sigues corriendo.

Toda este apresuramiento de la mente moderna se debe al miedo a la muerte. Por primera vez el hombre teme tanto a la muerte, porque por primera vez el hombre se ha vuelto absolutamente inconsciente de la eternidad. Solamente somos conscientes del cuerpo que va a morir; no somos conscientes de la consciencia interior que es eterna.

En los días de antes había gente que era consciente de la ausencia de muerte, y debido a su consciencia, a su eternidad, crearon una atmósfera en la que no existía la prisa. Entonces la iniciación era fácil. Entonces esperar era fácil; entonces entregarse era fácil. Entonces era fácil para el Maestro asumir la responsabilidad por el discípulo. Todo eso se ha vuelto difícil hoy en día, pero aun así no hay alternativa: la iniciación es necesaria.

Si tienes prisa, te daré la iniciación mientras corres, porque si no, no habrá iniciación. No puedo ponerte como condición que esperes. Primero he de iniciarte y luego prolongar tu espera de diversas maneras, mediante inumerables estratagemas; te convenceré de que esperes. Si primero te digo, "Espera cinco años y luego te iniciaré", no podrás esperarlos, pero si te inicio ahora mismo entonces podré crear ardides para que esperes.

Que sea así pues; da lo mismo. El proceso será el mismo. Ya que no puedes esperar, lo cambiaré. Te dejaré que esperés después. Crearé muchos ardides, muchas técnicas, solamente para hacerte esperar. Crearé para tí técnicas, te daré algo con lo que jugar, porque no eres capaz de esperar sin estar ocupado. Puedes jugar con esas técnicas; se convertirán en la espera. Entonces estarás preparado para la segunda iniciación, la que hubiera sido la primera en los viejos tiempos. La primera iniciación es una formalidad; la segunda será informal, sucederá. No me la pedirás; no te la daré, sucederá; en tu ser más interno, sucederá. Y tú sabrás que ha sucedido.

OSHO